«Una palabra para el mundo»
«No tengáis miedo», «paz a vosotros», son las frases que más se repiten en los relatos de la Resurrección. La confianza y la paz acompañan a los que han experimentado a Jesucristo vivo y resucitado, a los que se fían de la Providencia
Las Hermanitas del Cordero son una orden mendicante en pleno siglo XXI. Son contemplativas que por medio de la Eucaristía cotidiana, la adoración eucarística y las grandes liturgias del oficio divino hacen presente al Cordero, pobre y crucificado, «que mendiga nuestro amor». Ellas mismas llevan una vida de pobreza y mendicidad, saliendo en misión y llamando a las puertas para pedir algo de comer: «Rezamos antes y le pedimos al Espíritu Santo que nos guíe por donde quiere que vayamos. Después, el Señor hace lo que quiere. A veces nos cierran la puerta, y a veces nos abren y entramos. Unas veces la conversación dura dos o tres horas, o nos confían sus intenciones. A veces se ve fruto y a veces no, pero nuestra misión es estar ahí, y Dios hace el resto». Por eso afirman que su pobreza no es solo mendigar el pan, sino sobre todo revelar a Dios como mendigo del amor del hombre.
Para las hermanitas, el gesto de pedir «ya anuncia algo de quién es Dios, que llama a la puerta del corazón, se presenta en la humildad, y pide una respuesta de bondad, sin imponerse. Es Dios que pasa por la vida de la gente, como dice la Escritura: “Quien recibe a uno de estos hermanos míos, a Mí me recibe”».
En cada uno de esos encuentros experimentan que «en el corazón de toda persona está escrito el nombre de Dios». Lo que hacen es «un gesto contemplativo, no es una aventura, sino que vamos en la oración, atentas a lo que nos dicen. Y luego al volver nos traemos en el corazón a todas a esas personas, y las presentamos en la Eucaristía y en la adoración. Porque muchas veces comparten con nosotras sus heridas. Todo el mundo necesita que se le nombre al Señor».
¿Cómo reaccionan aquellos a cuya puerta llaman las hermanitas? «Muchos se sorprenden, pero también vemos que se despierta en ellos una esperanza: el saber que se puede vivir así, confiando en Dios para todo. El mundo suele poner muchas exigencias, vivir por nuestras propias fuerzas, en el trabajo, en todo… Nos educan para conseguirlo todo por nosotros mismos, y si no lo conseguimos entonces viene la sensación de fracaso. Poder vivir de esta confianza es una palabra para el mundo».
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